martes, 13 de mayo de 2008

EL VALOR DE UNA SOLA MUJER SOLA

El valor
de una sola mujer,
el valor
de una mujer sola
no es igual
al valor
de un hombre solo.
Ella trae consigo
esas cosas que faltan
en el fondo del corazón,
cosas sublimes
que la madre
no pudo dar
por que recibió
sólo las humanas
por que también ella
sufrió el egoísmo
y aprendió lo que
no pudo evitar
aprender, saber,
perder y hacer.
Por eso es
que andamos solos
aunque tengamos
varias compañías,
aunque andemos
entre multitudes,
píos y traidores.
Andamos solos
por que no conocemos
el valor
de una sola mujer,
el valor
de una mujer sola.
Porque ser amado
por una sola mujer
es ser invadido
en los vacíos secretos
que nadie confiesa
y menos el hombre,
es ser socorrido
en el hueco de la nada
que busca tragarnos
sin tregua ni compasión
desde lo más hondo
de nuestro corazón,
socorrido por la plenitud
del cariño
de una mujer sola.
El valor de un hombre solo
sólo es ilusión.
Puede ser el de
la completa libertad
o el del frívolo egoísmo.
Puede ser el del ejercicio
culto o brutal del poder.
Puede inclusive
no valer nada,
como el polvo
o la ceniza,
porque quien
pretende amar
a varias mujeres
intenta siempre querer
y nunca lo consigue
porque carece
del humilde valor de amar.
Pero el valor
de una sola mujer
consiste en dejarse
caer en los brazos,
inofensiva,
indefensa,
vulnerable,
alegre, lúdica,
quieta y dócil
danzante
y sagrada,
continental,
en cruz,
sangrante,
en mar,
en sol, luz y fuego,
en infinitos pasos
y besos al viento,
con la más absoluta pureza
y la más completa
confianza,
pues, ella es
la negación
de todo egoísmo
y el principio
de una vida abierta
para recibir
las caricias que salvarán
un alma de la orfandad,
la costumbre
y la nada.
Porque el amor
de una sola mujer sola
es ilimitado y libre,
no hay ley
que lo coacte
y es todo dulzura y tanta
que cura al corazón
de sus amarguras,
de sus temores
y de sus tristezas
más oscuras.
Porque ella es
como la mano de Dios
amiga y celosa
que si nos toca
nos renueva las fuerzas,
o nos hace sentir
y comprender
que sin ella
no somos nada,
nada podemos,
y que sólo en su corazón
poseemos en libertad
todo el valor de ser,
que si nos llama
nos afirma en el ser
y aprendemos
que nuestro nombre
aunque sencillo
en su morfología
y fonética
es precioso,
por que su voz
y su cantarina risa
así lo pronuncia
y lo repite con gracia.
Porque esa mujer sola
esa sola mujer
que nos espera
sin quejarse
de nuestra estúpida
presunción
de merecernos
su amor,
esa sola mujer,
esa mujer sola,
acrisola en sí
el poder
que necesitamos
para hacernos a ella,
el poder de su cuerpo
que usa, fielmente,
para resucitarnos
de nuestras muchas y
muchas muertes
cotidianas.
Pero éstas y
otras cosas sublimes
que cuando nos faltan
nos desconsuelan
mortalmente,
son desconocidas
por el hombre egoísta,
ese que cree
que una mujer
es un número de serie
en el cobarde inventario
de su solitaria,
inmerecida
e inútil libertad,
ese que cree poder
matarla cuando la mata,
con su infidelidad
sin imaginarse
que ella resucita,
suficiente
para ella misma
siempre
al día siguiente,
por que el valor
de una mujer sola,
de una sola mujer
es su amor y vida
inmortales,
tan parecido al de Dios,
por ser indefinible,
libre, providencial
y bienaventuradamente
perfecto...

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